La nueva película de Alejandro González Iñárritu "Bardo, Falsa crónica de unas cuantas verdades" (doble ganador del Oscar con Birdman en 2014 y The Revenant en2015), es su octavo largometraje y el quinto en el que participa en el guion.
Con esta historia Iñárritu ha dicho en repetidas entrevistas que se trató de su ejercicio más personal en cuanto a inspiración creativa, y es fácil advertir que en el argumento existen ideas que son tomadas de su propia biografía tanto como cineasta, como padre de familia, como hijo y como esposo.
A pesar de ello Bardo es una película que goza de elementos oníricos desde su primer fotograma que parecen ser inspiraciones más bien de ejercicios creativos un tanto surrealistas en el sentido de pertenecer a un terreno cercano al de la antiguo juego del "cadaver exquisito", juego en el que se entrelazaban ideas una después de otra sin una conexión tan clara aparentemente.
Y es que Alejandro se propuso contar esas anécdotas personales de una manera poco utilizada en el cine a través de párrafos cinematográficos desconectados linealmente entre sí pero enlazados como antología de su propia vida profesional y personal.
La historia cuenta la vida de Silverio Gama un documentalista mexicano que tras ganar un importante premio en el extranjero vuelve a su país y dividir opiniones respecto de su trabajo mientras vive las complejas situaciones familiares de la cotidianidad.
Con esa anécdota argumental Iñárritu nos va contando a través de diversos clips oníricos las sensaciones que el personaje de Silverio (interpretado por Daniel Giménez Cacho) va utilizando para entender su vida como cineasta y su vida familiar con imágenes como la de ver saltar fantásticamente una larga sombra en el desierto, ver inundarse un vagón de metro y convertirse en un río para que dos Ajolotes puedan escapar, hasta creaciones un tanto absurdas pero muy estéticas que tienen la intensión de contar un poco sobre la historia de México como la batalla perdida de los niños héroes en el Castillo de Chapultepec, hasta una pirámide de cuerpos indígenas muertos en cuya cima descansa un Hernán Cortés diluido que reclama su lugar en la historia.
Nadie podrá negar que Iñárritu es un creador espectacular de momentos cinematográficos construidos muy finamente y tomando todas las herramientas que ha aprendido a lo largo de sus más de 20 años como director y que sus creaciones son danzas audiovisuales capaces de impresionar a los más dotados ojos, pero su falla sigue siendo la misma que en sus grandes películas anteriores como Birdman y esa es su flaqueza en cuanto al guion se refiere pues resulta muy endeble y poco defendible que sus historias sean tan profundas como él piensa que lo son quiere construir una obra de arte para un gran museo cuando su obra apenas pasa para una buena galería.
Pero de ninguna forma se trata de un trabajo menor, hay que ubicar este trabajo en la categoría de los grandes coreógrafos de lo visual y de los grandes constructores de imágenes por que eso es lo que es Iñárritu y nadie se lo puede negar pero eso no significa que su obra se convierta en parteaguas del cine es simplemente un estilo que no goza de suficiente profundidad para pasar al museo pero si se trata de un gran performance que no cualquiera puede lograr en la actualidad en el cine.
Dentro de su propia filmografía tiene varias obras más logradas que Bardo, pero en cuestión de coreografía cinematográfica quizá si sea su mayor logro y se ubicará como tal tanto en su propia carrera como en la baraja del cine mexicano.
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